No podría, aunque quisiese, hablarle sino de lo que me llena el corazón. Mejor que la venida de Borrero es la carta de Gómez. Es cuanto quería. La de Vd. dirá lo que dice la mía. Esa era aquella última seguridad de mi conciencia que me faltaba. Bailo de contento. Ahora, a encubrir nuestra acción real; a allegar cuanto más dinero se pueda, a moverme de aquí poco, y nada más que como desviación; a uniformar las noticias y la preparación en la Isla y sobre todo, a esconder lo que hacemos. Y a quién podríamos mandar a las Villas? ¿A Charlie mejor que a Angel? ¿A Angel? De allá ¿quién podría? Vd. sabrá.
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El mismo, si fuese de acá, podría ver modo de volverse de Cy. con alguna ayuda ofrecida. Espero impaciente su decisión. Por supuesto, Vd. se acuerda allá con Roloff. Y yo, con este conocimiento preciso, con la alegría de ver triunfante nuestra grandeza por sobre las pasiones que la hubiesen podido desviar o anular, con la quietud que sólo estas resoluciones claras y definitivas hubieran podido poner en mi ánimo, -no tengo, en el primer instante de alegría, voluntad de salir del reposo inmenso, que sucede en mí a una angustia indecible. El reposo del salto. Ahora vive, y se desembarazará sin temor, y hablará con autoridad, y pedirá la limosna de rodillas, este amigo de Vd. que le conoce su amistad delicada y lo quiere a Vd. tanto. -¡Un abrazo! ¡Esto si que es Año Nuevo!
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