Damisela Carta de José Martí a Gonzalo Quesada y Benjamín Guerra del 15 de Abril de 1895.

Carta de José Martí a Gonzalo Quesada y Benjamín Guerra. Bandera de Cuba.

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José Martí
Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra
Cartas de José Martí

José Martí envió esta carta a Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra desde los campos de Cuba, fue escrita en los campamentos de la Casa de Tavera y Vega Batea.




(Cerca de Baracoa) 15 de abril (1895)


Gonzalo, Benjamín, hermanos queridos:


En Cuba Libre les escribo, al romper el sol del 15 de abril, en una vega de los montes de Baracoa. Al fondo del rancho de yaguas, en una tabla de palma sobre cuatro horquetas, me he venido a escribir. Oigo hablar al General, a Paquito Borrero, a Angel Guerra, a los cincuenta valientes de la guerrilla de Félix Ruenes que salió a nuestra custodia. Refrenare mis emociones. Hasta hoy no me he sentido hombre. He vivido avergonzado, y arrastrando la cadena de mi patria, toda mi vida. La divina claridad del alma aligera mi cuerpo. Este reposo y bienestar explican la constancia y el júbilo con que los hombres se ofrecen al sacrificio.


Vds. anhelarán conocer los detalles de nuestra llegada, que hoy ya es tiempo de dar, como fue de callarlos mientras la tentativa estaba aun en riesgo y se la había de mudar a cada instante. El plan pendiente a la salida de Collazo y Manuel fracasó después de larga espera, por la negativa de los marinos. Compramos otra goleta, para mayor provecho de su Capitán Bastián, que había de llevarnos. El 1° de Abril por fin salimos, a las 3 de la mañana, asaltando en los botes abandonados de la playa la goleta Brothers que nos esperaba afuera, y a la madrugada siguiente, andábamos en la isla inglesa de Inagua, adonde iba el Capitán pª renovar sus papeles, y de allí caer por ruta muy distinta de la que ahora hemos traído. A las pocas horas, era claro que el Capitán había propalado el objeto del viaje, pª q. las autoridades lo redimiesen de la obligación, impidiéndonos seguir viaje. Por la mañana nos visitó la Aduana someramente: Sentíamos crecer la trama: a la tarde, con minutos de aviso de Bastián, volvió la Aduana a un registro minucioso. La recibí, y gané su caballerosidad; nuestras armas podían seguir como efectos personales. Pero los marinos se habían ido: sólo uno fiel quedaba, el buen David, de las islas turcas. No se hallaban marinos para continuar viaje. Bastián fingía contratarlos, y movía a otros a que los disuadiesen. En tanto ya nuestra retirada estaba descubierta: por tres días, los necesarios pª su llegada a Cuba, podía explicarse nuestra ausencia de M. Cristi, por un viaje al interior, y ya corría el tercer día. Podía España avisada asediarnos en Inagua, en la isla infeliz y sin salida. Asomó un vapor alemán, que iba de Cuba a Cabo Haitiano; obtuve del Cónsul de Haití, Barbes los pasaportes: y a la mañana siguiente, aquel duro Capitán, con asombro unánime, me rendía el barco, que Barbes devolvió luego a Montecristi, y los $450 que había recibido pª sí y la tripulación. Al Cabo llegamos al siguiente día, dejando ya en Inagua comprado a Barbes un buen bote y al favor de un recio temporal nos repartimos en grupos los seis compañeros: el General Gómez, Paquito Borrero, Angel Guerra, César Salas, joven puro y valioso de las Villas, Marcos del Rosario, bravo dominicano negro, y yo. El 10, continuando el plan forjado en el camino, nos reembarcamos en el vapor Nordstrand, Capitán H. Loewe; recogimos en Inagua el bote, y el 11, a las 8 de la noche; negro el cielo del chubasco, vira el vapor, echan la escala, bajamos, con gran carga de parque, y un saco con queso y galletas: y a las dos horas de remar, saltábamos en Cuba. Se perdió el timón, y en la costa había luces. Llevé el remo de proa. La dicha era el único sentimiento que nos poseía y embargaba. Nos echamos las cargas arriba, y cubiertos de ellas, empapados, en sigilo, subimos los espinares, y pasamos las ciénagas. ¿Caímos entre amigos o entre enemigos? Tendidos por tierra esperamos a que la madrugada entrase más, y llamamos a un bohío: decir ahora más, fuera todavía imprudente, pero antier, cuando asábamos en una parrilla improvisada la primer jutía, y ya estaba el rancho de yaguas en pie, veo saltar hombres por la vereda en guardia: "¡Hermanos!" "¡Ah hermanos!" oigo decir, y nos vimos en brazo de la guerrilla baracoana de Félix Ruenes. Los ojos echaban luz, y el corazón se les salía. Ahora, de aquí a pocos instantes, emprenderemos la marcha, al gran trabajo, a hacer frente a la campaña de desorganización que se viene encima, -o de intento de impedir que cunda la organización,- con Martínez Campos de cabeza equivocada, y los autonomistas y cubanos fáciles de voluntario instrumento. Pero con el mismo amor y mente que hasta aquí, echaremos la campaña atrás. Vemos el riesgo, y eso ya es evitarlo, Maceo y Flor van delante, desde el 1° de Abril en q. desembarcaron, y creo que el "doctor Agramonte", que de ayudante les acompaña, será Frank, que había ido con la comisión que encargué: a las dos horas del desembarco, pelearon, y se salieron de los 75 que perseguían a los 23, haciéndole un muerto y doce heridos. Adelante van ellos, y nosotros seguimos. A pie, y llegaremos, a tiempo de concertar las voluntades, parar los golpes primeros, y dar a la guerra forma y significación. Allanados parecen los obstáculos que a este fin urgente se hubieran podido presentar: el General Gómez siente hoy, tan vivamente como yo, esa primera necesidad, como medio eficaz y rápido de oponerse a la campaña inicial de reducción y localización que el enemigo va a emprender contra la guerra. Y del espíritu con que por fin entramos en esta labor, les dará muestra el incidente con que pª mí se cerró el día de ayer. "General" me llamaba nuestra gente desde que llegué, y muy avergonzado con el inmerecido título, y muy querido y conocido, me hallé por cierto entre estos inteligentes baracoanos: al caer la tarde vi bajar hacia la cañada al General Gómez, seguido de los jefes, y me hicieron señas de que me quedase lejos. Me quedé mohino, creyendo que iban a concertar algún peligro en que me dejarían atrás. A poco sube, llamándome, Angel Guerra, con el rostro feliz. Era que Gómez, como General en jefe, había acordado, en consejo de Jefes, a la vez que reconocerme en la guerra como Delegado del Partido Revolucionario, nombrarme, en atención a mis servicios, y a la opinión unánime que lo rodea, Mayor General del Ejército Libertador. ¡De un abrazo, igualaban mi pobre vida a la de sus diez años! Me apretaron largamente en sus brazos. Admiren conmigo la gran nobleza. Lleno de ternura veo la abnegación serena, -y de todos, a mi alrededor. ¿Cuándo olvidaré el rostro de Gómez, sudoroso y valiente, y enternecido, cuando subía las lomas resbaladizas, las pendientes de breñas, los ríos a la cintura, con el rifle y revólver y machete y las doscientas cápsulas, y el jolongo al hombro? Y cuando a sus espaldas doy su jolongo al práctico, él me quita mi rifle, y sigue cuesta arriba con el mío y el suyo. Nos vamos halando, hasta lo alto de los repechos. Nos caemos riendo. A la hora de alarma, y las ha habido buenas, los seis rifles están juntos. Hemos dormido en cuevas; y al monte claro: el rancho de la guerrilla, con su ama servicial y su comida caliente, ha sido un lujo. A porfía ahora, se nos muestra cariño. Uno trae un boniato amarillo, o su cabo de salchichón, o su plátano asado: otro me brinda su agua hervida con hoja de naranja y miel de abeja: otro me regala, porque oye decir que la tomé con gusto en el camino, una naranja agria. Los apellidos de New York me andan dando vueltas, Rubio y Urgellez, López y Fromita. El general les habló en fila, y yo, y les quedó el alma contenta. Entre estos cincuenta, armados de buenas armas, hay un asturiano y un vizcaíno. Félix Ruenes, el Jefe, es hombre de consejo y moderación, que paga en las tiendas cuanto compra y acomoda a su gente, que recorre entusiasta la jurisdicción, ganando amigos, y fatigando a las desamparadas partidas de quintos, que halan de mal grado sus fusiles Mauser. La guerrilla de Ruenes es nueva, y ya cubre como veterana sus servicios: cargan sin murmurar, comen lo que hallan duermen por tierra, entre los plátanos: cuando supieron que estábamos aquí seis habían caído del primer cansancio, y se pusieron en pie, empeñados en ir. Hoy, nosotros tomamos el oeste, a las obligaciones: ellos vuelven a su jornada diaria, a levantar el campo.


¿Qué urge que hagan Vds. allá? Lo propuesto, a fin de que lleguen los que faltan, y más armas, -el arreglo del servicio de armas y parque, sobre todo ahora que el parque de Mauser no sirve a lo nuestro, y la guía de las ideas, de modo que encajen, sin cansarse de repetir, con las dos declaraciones esenciales sobre que ha de girar nuestra campaña: 1ª, entramos a combatir con el conocimiento de la tentativa inútil de desorganización, por promesas nulas y estancamiento de la guerra que se nos prepara, y la desdeñamos, sin inquietud, abiertos sólo a la independencia absoluta: 2ª, la guerra nace desde sus arranques con tal carácter de gobierno y durabilidad, y con tal e igual respeto a las exigencias del culto y a la justicia con el humilde, al ideal intacto y a la realidad que lo logra, que sin asesinato verdadero e inútil, y deshonroso para los asesinos, no podrán los cubanos, y sobre todo los que se precien de revolucionarios, dejar abandonada esta guerra de composición y previsión, de olvido de todas las injurias y paciencia pª todas las debilidades. Me vienen a decir que sale un grupo a armar fuego, con una partida de españoles que anda cerca. Lo esencial, pues, es que se deshaga la nueva conseja: que la guerra quedará abandonada por falta de extensión en la Isla. Y a este peligro, a esta lentitud de Camagüey, respondan Vds. con nuestra continua, y siempre respetuosa a los lentos, de la dignidad y alto carácter de la guerra, y, lo que importa más, con la ostentación, hoy indispensable, la ostentación también continua, con un pretexto u otro, de la voluntad de las emigraciones a ayudar la guerra comenzada hasta acabar. Ante esta resolución, cederán otras. Ahora, en cuanto a armas, se facilitará su introducción, en cuanto podamos fijar lugares de recibo. Goletas de tránsito, con carga disfrazada de provisiones, puede dejarla, en la costa del Sur o el Norte de Baracoa, hoy por hoy, y venir con ella algún baracoano, pª q. se desenvuelva entre su gente, y venga a salvar la carga Félix Ruenes. El disfraz es por si detienen la goleta ajena. Lo mejor, lo único seguro, es la goleta propia. El práctico Vargas está en Nassau. Véanlo. O algún otro Capitán nuestro. Puede pasar por Inagua, como provisiones en tránsito, que allí no registran, consignando algo al paso (un poco de maderas) a M. Barbes & Co., y de allí caer de una bordada sobre la isla, con 10 o 20 hombres, esconder le carga, y luego volver por ella. Pª Baracoa, hay otro medio: he escrito al tibio Svu, amigo de Fromita el de Filadelfia, a que compre 100 rifles, por medio de Vds., y se los de a traer, o diga, por Fromita o por otro, cómo pueden venir en alguno de los vapores que vienen a él. Lo cierto es esto: aquí habría tantos cubanos alzados como armas llegasen.


Y a otra cosa hay que atender. A la campaña primera española, la campaña política, pª reducir la guerra -a q. hemos de oponer la habilidad enérgica adentro y Vds. afuera, la resolución ferviente y ostentosa de ayudar,- sucederá, con la ira del fracaso y el ímpetu de la desesperación, una campaña de fuerza ruda y corta, a la que Vds. allá han de estar preparados. Empuje contra empuje. Sólo empleen lo indispensable, y abran vías para esa gran arremetida, la arremetida decisiva. Yo haré cuanto me dejen hacer. Si no se me compele, ni me compele mi deber, a volver allá, con los hechos de aquí veré de abrirles grandes fuentes allá, dos o tres buenas fuentes. Pediré de limosna el buen día de trabajo. Basta, ordenándolo bien. Mil armas más, y parque para un año, y hemos vencido. Pero hay que pensar incesantemente en el modo de repeler con un buen empuje esa campaña de fuerza.


De cuanto digo, nada publiquen que pueda denunciar el camino que trajimos ni a los que nos sirvieron. Al Capitán Loewe di una carta justa, y él les puede servir: sólo en el caso indudable, e improbable, de q. hubiese perdido su situación por n. culpa, le ofrecí $500 más: recibió, pª él y los suyos, $680. Gente, hubiera podido venir mucha nuestra de Sto. Domingo; pero la vigilancia extrema nos obligaba a no salir, o salir como lo hemos hecho. Si hay que publicar, compongan el relato vivamente, con lo que va dicho, sin descubrir el camino. El hecho, el júbilo cubano, la victoria sobre España, la acción rápida y luminosa -y basta: los seis hombres, repecho arriba. Allí me dirán lo que conviene. Aquí incluyo carta, del General, q. pondrán en seguida en camino, -y de Borrero, de alma angélica, a sus hijas, -y acaso incluiré en sobre aparte, las proclamas de Borrero y Ruenes, y los nombres de la guerrilla, que ahí publicarán con todo honor. De ahí ¿habrán podido salir, -o saldrán ahora a ver cómo se llega,- Collazo, Serafín y Roloff, Rodríguez? ¿Qué de Calixto y de Céspedes? En Vds. me miro y me fío. ¡Qué recordarlos, calladamente, en la alegre dificultad de las lomas, o cuando el General, con su hermosa sonrisa de fatiga, se volvía a hablarme de Gonzalo y de Guerra, o acostado cama a cama, sobre las hojas que cariñosamente había cortado para mí, pensábamos en los ausentes, y en New York! Se habla poco, y se ama mucho. El alma crece y se suaviza en el desinterés y en el peligro. Ya me acortan el tiempo, y debo acabar. Junten bien, y a constante altura, la acción de Vds. con la nuestra. Descabecen la intriga de ahora. Prepárense a la campaña de fuerza. No intenten expediciones de hombres, sino de armas y parque; con poca custodia. Mandados hacer están para eso -armas y parque y 10 hombres cada vez- los vapores de Hatton. Magnífico y posible sería que tomase de Capitán, 1º y 2º contramaestre y maquinista, con triple o cuádruple sueldo del q. tienen, a los buenos amigos del vapor Nordstrand, q. se harán conocer de Vds. Así, con vapor de paso natural, que dejaría al ir o al volver, y con tripulación nuestra ¿quién peligra? Trabajen recio en esa combinación. Que en cada grupo venga alguien hecho a la manigua. No dejen, sobre todo, de la mano los trabajos encaminados a enseñar con su carácter firme, ordenado y decidido a avanzar, a la revolución- corten a sus enemigos la esperanza de hacerla atrás: vean, y aplaudan, la nobleza con que se juntan, sin más idea que el bien patrio inmediato y entero, las fuerzas diversas, viejas y nuevas de la revolución: graben en su corazón la hermandad y ternura con que estas manos gloriosas reciben y cuidan al soldado recién venido: quiéranme mucho al viejo general: -y lleno de orgullo justo, y fe merecida en la bravura y decisión de su pueblo, adivinen la felicidad que inunda, sin más tristeza que la de ver lejos a las almas queridas a, su


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Última Revisión: 25 de Septiembre del 2007
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