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Carta de José Martí a A... Bandera de Cuba.

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Carta

A continuación presentamos la carta escrita por José Martí el 28 de abril de 1895 en el campamento de Vuelta Corta dirigida a A...




A...

Cerca de Guantánamo, 28 de abril de 1895.


Son las nueve de la noche, toca a silencio la corneta del campamento, y yo reposo del alegre y recio trabajo del día escribiendo, mientras en las hamacas del portal, Maceo, Gómez, Bonne y Borrero, se cuentan batallas. Rafael Portuondo, que acaso siga viaje conmigo, me ha estado ayudando hoy, con el valiente y juicioso hijo de Urbano Sánchez Echevarría. ¡Cuán bello es ver a estos jóvenes de casa privilegiada, servir de capitanes al jefe negro, caballero y moderado, que los abraza y mima como hijos. A mi lado, en un rincón de yaguas sufre un tísico, que sirvió con el arma en la guerra entera, y esta vez también sigue pálido y seco a su columna, sentado a la mujeriega en su arrenquín; está serena afuera la noche de este día en que no vi el sol sino cuando las fuerzas formadas quisieron oír hablar al que, con un cariño que en esto rechazo, llaman el "Presidente". Mí alma es sencilla. En vez de aceptar, siquiera en lo íntimo de la conciencia soberbia, este título con que desde mi aparición en estos campos me saludaron, lo pongo aparte, y ya en público lo rechacé, y lo rechazaré oficialmente, porque ni en mí, ni en persona alguna, se ajustaría a las conveniencias y condiciones recién nacidas de la Revolución. Ella crece natural y sana, exquisita como una niña en sus afectos, pura como sólo lo es en el mundo el aire de la libertad. Es innegable el afán revolucionario en campos y poblaciones: no llega noticia hostil, y cuantas vienen son de adhesión y de servicio: corre aire heroico: ya es una carta de mujer, amiga admirable, que guía y salva desde su vejez enferma a las tropas hermanas: ya son dos jinetes frenéticos que se lanzan, dando vivas, a nuestro cuello: ya es un pueblo todo, que se quiere salir y pide ayuda; ya la comisión que va montada en los caballos que tomó a la guardia civil, a recoger las armas que le tiene guardadas el vecino. Y a mi también me han regalado un caballo blanco. De aquí a dos días, volveremos al camino; a seguir ordenando, como aquí, y poniendo en vía igual estas sanas voluntades; a recorrer el Oriente entero, cubierto de nuestra gente, y deponer ante sus representantes nuestra autoridad, y que ellos den gobierno propio a la República. Me siento puro y leve, y siento en mí algo como la paz de un niño.


¿Por qué me vuelvo a acordar ahora de la larga marcha, -para mí la primera marcha de batalla- que siguió al combate victorioso con que nos recibió el valiente y sencillo José Maceo?


Porque fue muy bella, y quisiera que Vds. la hubieran visto conmigo. ¿O tenía el cielo balcones, y los seres que me son queridos estaban asomados a uno de ellos. A la mañana veníamos aun los pocos de la expedición de Baracoa, los seis, y los que se nos fueron uniendo revueltos por el monte de espinas y con la mano al arma, esperando por cada vereda al enemigo. Retumba de repente el tiroteo como a pocos pasos de nosotros, y el fuego es de dos horas. Los nuestros han vencido. Cien cubanos bisoños han apagado treinta hombres de la columna entera de Guantánamo: trescientos teníamos, pero sólo pelearon cien.


Ellos se van pueblo adentro, deshechos, ensangrentados, con los muertos en brazos, regando las armas. En el camino mismo del combate nos esperaban los cubanos triunfadores: se echan de los caballos abajo: se abrazan y nos vitorean: nos suben a caballo; y nos calzan las espuelas. ¿Cómo no me inspira horror la mancha de sangre que hay en el camino, ni la sangre a medio secar de una cabeza que ya está enterrada, en la cartera que le puso de almohada un jinete nuestro? Y al sol de la tarde emprendemos la marcha de victoria, de vuelta al campamento: a las doce de la noche habían salido por ríos y cañaverales y espinares, a salvarnos: acababan de llegar, ya cerca, cuando les cae encima el español, sin almuerzo pelearon las dos horas: y con galletas engañaren el hambre del triunfo: y emprendían el viaje de ocho leguas, con tarde primero, alegre y clara, y luego, por bóvedas de púas, en la noche oscura. En fila de a uno iba la columna larga. Los ayudantes pasan corriendo y voceando. Nos revolvíamos caballos y de a pie; en los altos ligeros. Entra el cañaveral, y cada soldado sale con una caña de el. "Párese la columna, que hay un herido atrás". Uno hala su pierna atravesada y Gómez lo monta a su grupa. Otro herido no quiere: "No, amigo, yo no estoy muerto", y con la bala en el hombro sigue andando. ¡Los pobres pies, tan cansados! Se sientan, rifle al lado, al borde del camino: y nos sonreían gloriosos. Se oye algún ¡ay!, y más risas y el habla contenta. "¡Abran camino!" Y llega montado el recio Cartagena, Teniente Coronel que lo ganó en la guerra grande, con un hachón prendido de cardona, clavado como una lanza al estribo de cuero. Y otros hachones de tramos en tramos. O encienden los árboles que escaldan y chisporrotean, y echan al cielo su fuste de llama y una pluma de humo.


El río nos corta. Aguardamos a los cansados. Ya está a nuestro alrededor, los yareyes en la sombra. Ya es la última aqua, y del otro lado el sueño. Hamacas, candelas, calderas. Ya duerme el campamento: al pie de un árbol grande iré luego a dormir, junto al machete y el revólver, y de almohada mi capa de hule: ahora hurgo el jolongo y saco de él la medicina para los heridos. ¡Que cariñosas las estrellas... a las tres de la madrugada! A las cinco, abiertos los ojos, y a caballo.


Y han de saber que me han salido habilidades nuevas, y que a cada momento alzo la pluma, o dejo el taburete, y el corte de palma en que escribo, para adivinarle a un doliente la maluquera, porque de piedad o casualidad se me han juntado en el bagaje más remedios que ropa, y no para mí, que no estuve más sano nunca. Y ello es que tengo acierto, y ya me he ganado mi poco de reputación, sin más que saber como está hecho el cuerpo humano, y haber traído conmigo el milagro del yodo. Y el cariño que es otro milagro: en el que ando con tacto, y con rienda severa, no vaya la humanidad a parecer vergonzosa adulación, aunque es rara la claridad del alma, y como finura en el sentir, que embellece, por entre palabras pícaras y disputas y fritos y guisos, esta vida de campamento.


¡Si nos vieran a la hora de comer! Volcamos el taburete, para que en uno nos sentemos dos: de la carne hervida con plátanos, y a poca sal, nos sirvamos en jícara de coco y en platos escasos: a veces es festín, y hay plátano frito, y tasajo con huevos, y gallina entomatada: lo usual es carnaza, y de postre un plátano verdín, o una uña de miel de abeja. Otros más diestros, cuecen fino; pero este cuartel general, con su asistente español, anda muy ocupado. ¿Y mi traje? Pues pantalón y chamarreta azul, sombrero negro y alpargatas.


Se va el correo...

A Estrada, el alma henchida. Cuando escribo es para él.

Escríbanme por Gonzalo.

Martí




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Última Revisión: 25 de Septiembre del 2007
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