Damisela Cartas de José Martí a Rosario de la Peña.

Cartas de José Martí a Rosario de la Peña. Bandera de Cuba.

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José Martí
A Rosario de la Peña
Cartas de José Martí

Algunas de las cartas de José Martí a Rosario de la Peña.



[México, 1875]

Rosario:


No he de malgastar en reflexiones frías el tiempo en que estoy pensando en ver a Vd. -Estoy en el Congreso; debía estar escribiendo la crónica de la sesión, y me pongo a escribir -no pensamientos que ahora no tengo -sino mi necesidad de que pasen las horas que me separan todavía de Vd.


Mañana no sentiré tal vez esta prisa; pero hoy la siento y la escribo.


¿Por qué no tuve yo la libertad de hablar mucho con Vd. ayer, no en la puerta y ante todos y ante la misma luz que amo tanto y que me incomodaba ayer? Vivía yo ayer un instante al lado de Vd. Muy dulces alegrías tuve, muy íntimos e inolvidables agradecimientos que mis labios hubieran querido concluir en las manos de Vd. -Pero Ramírez me está haciendo mucho daño hoy.


Y hablan ahora de presupuestos y de muebles -he aquí muchos disgustos de la vida.


J. Martí



[México, 1875]


Rosario: Si pienso en Vd., ¿por qué he de negarme a mi mismo que pienso? Hay un mal tan grave como el de precipitar la naturaleza; es contenerla. A Vd. se van mis pensamientos ahora; no quiero yo apartarlos de Vd.


He dejado en Vd. una impresión de tristeza; yo amo con una especie de superstición todos los últimos instantes y me irrito conmigo mismo cuando en cada adiós mío digo menos de lo que quisiera decir con él mi alma. Y sin embargo, Rosario, tengo en mí esa paz suave y satisfecha que se llama contento. A nadie perdoné yo nunca lo que perdono yo a Vd.; a nadie he querido yo tanto, como quisiera yo querer a Vd.


Rosario, me parece que están despertándose en mí muy inefables ternuras; me parece que podré yo amar sin arrepentimiento y sin vergüenza; me parece que voy a hallar una alma pudorosa, entusiasta, leal, con todas las ternuras de mujer, y toda la alteza de mujer mía. Mía, Rosario. Mujer mía es más que mujer común.


Tiene un alma de mujer enamorada muy bellos embarazos, muy suspicaces precauciones, encantadoras reservas, puerilidades exquisitas. Y ¿a qué... las inconstancias y desfallecimientos de este espíritu mío, tan enamorado de la luz que todo lo necesita para sus amores sin mancha y sin tinieblas? Rosario, -Rosario, yo he empezado a amar ya en sus ojos un candor que en tanto grado vino en ellos, que ni Vd. misma sospecha que todavía vive en Vd. en tanto grado...


José Martí



[México, 1875]

Rosario:


Decía yo anoche la verdad. Tristezas como sombras me anonadan a veces y me envuelven. Y tienen estas pequeñeces tan real grandeza, y crezco yo en ellas tanto y me muevo yo tan bien, que -aunque yo no soy más que una perenne angustia de mí mismo- todavía tengo una extraña sonrisa para mis locos dolores, y pensamientos de cariño para estas invencibles tristezas que me envuelven.


Parece que debía yo contestar a Vd. ahora sus letras de Vd. De tal manera estoy yo ahora envuelto en pena, que, aun creyéndolo yo verdad, sería mentira cuanto dijese a Vd. de esto. Una vez más ha querido Vd. contener su corazón enfrente de mí; más me hubiera dicho Vd. que lo que en sus letras me dice; pero yo sí que las amo como son, y las amo más cada vez que las veo, y pocas y cortas, todavía perdono a Vd. a despecho de mi exigente voluntad, y en esas letras pudorosas o calculadamente frías, gozo y leo y amo al fin.


Amo en las letras que Vd. escribe. Esto podría llegar a ser principio de toda una plenitud en el amor.


Amar en mí, -y vierto aquí toda la creencia de mi espíritu- es cosa tan vigorosa, y tan absoluta, y tan extra-terrena, y tan hermosa, y tan alta, que en cuanto en la tierra estrechísima se mueve no ha hallado en donde ponerse entero todavía. Probablemente amarguísimo dolor -se habrá ido de la tierra sin completarse y sin ponerse. Angustia esto, de sentirse vivísimo y repleto de ternuras y de delicadezas inmortales, y de gemir horas enteras, -sin que mi alma me permita el derecho de exhalar gemidos, en esta atmósfera tibia, en esta pequeñez insoportable, en esta igualdad monótona, en esta vida medida, en este vacío de mis amores que sobre el cuerpo me pesa, y que a el lo abruma, y a mí dentro de el me sofoca perennemente y me oprime. Enfermedad de vivir: de esta enfermedad se murió Acuña.


Rosario, despiérteme Vd., no como a el, disculpable en alteza de alma, pero débil al fin e indigna de mí. Porque vivir es carga, por eso vivo; porque vivir es sufrimiento; por eso vivo: -vivo, porque yo he de ser más fuerte que todo obstáculo y todo valor.


Pero despiérteme Vd. a la agitación, a la exaltación, a las actividades, a las esperanzas, a todo cuanto pudiera hacerme posible la excusa y el olvido de la vida.


No hay inmodestia en las supremas angustias de mi espíritu. Rosario, vivo en ellas, y cuando yo hubiera vencido todas las miserias que me agobian, sufriría yo mucho, Rosario, sufriría yo siempre de estos mis nobles dolores de no hallar vida y de vivir.


Esfuércese Vd.; vénzame. Yo necesito encontrar ante mi alma una explicación, un deseo; un motivo justo, una disculpa noble de mi vida.


De cuantas vi, nadie más que Vd. podría. Y hace cuatro o seis días que tengo frío.


José Martí



La relación entre José Martí y Rosario de la Peña por María Luisa Domínguez en “Los Amores de Martí” de La Prensa, San Antonio, Texas, 17 de octubre de 1948, y como aparece en el “Archivo José Martí” Tomo IV, 1949, de las Publicaciones del Ministerio de Educación, Dirección de Cultura, La Habana, Cuba, 1950, páginas 477-479:


...“El clima del país es también romántico; las jóvenes llevan rizos lánguidos, está muy de moda la extremada palidez, el suspiro, el abanico, los amores imposibles y los desmayos... La palabra más linda y corriente es, ¡Ay! Como si fuera poco, la ciudad ha sido conmovida hace un año por la muerte de un poeta exquisito y muy sensible: Manuel Acuña, que se ha suicidado por el amor imposible de una mujer. Esta musa romántica se llama Rosario de la Peña, aunque todos la conocen ya por este otro nombre: Rosario, la de Acuña. Se cantan con acompañamiento musical y muy triste aquellos versos "Pues bien, yo necesito - decirte que te adoro". Todas las niñas de la ciudad lamentan no haber conocido aquella capacidad sensible del poeta muerto, por­que se hubieran apresurado a colmarla. "Aquel hondo abismo - abierto entre los dos" - ha sido cavado indudablemente por la musa insensible. Y media ciudad se indigna contra ella. Pepe Martí -que profesa ideales quijotescos- se pronuncia a favor de Rosario, ni más ni menos que el Caballero Andante cuando defiende a Marcela, porque todos le imputan la muerte del desdichado Crisóstomo. En el Liceo Hidalgo -punto central de las tertulias y discusio­nes literarias- hay dos bandos: uno en contra de la muchacha y otro a favor. Martí integra el segundo. Quien sueña con ideas de libertad profunda, reco­noce la más alta de todas: la del sentimiento. Rosario no podía amar al triste Acuña ni aunque le inspirase lástima, pues al corazón no se le manda. La cuestión, que se hace nacional y luego continental, crea en torno de la insen­sible una aureola de fatalidad que enamora a todos los hombres y que indigna a las mujeres. Muchos quieren, atraídos por lo más difícil, transir aquel corazón indiferente... Rosario luce su altiva belleza melancólica por el paseo de la Alameda y tiene muchos amigos literatos.


“Por las noches, recibe en su salón a una pléyade interesante. Y su álbum aumenta día a día en adhesiones floridas que se expresan fervorosamente.


“Un caballero muy ilustre -enamorado de ella- a pesar de su reciente viudez, firma en aquel álbum una especie de convocatoria romántica a los poetas para que esparzan "a los pies de la diosa incienso y flores".


“Una noche, el enlutado Martí, con sus ojos brillantes de pasión humana y su rostro pálido y serio, llega a la tertulia de Rosario de la Peña. Es una casa más que le abre sus puertas como demostración de la exquisita hospitalidad mexicana. Y el joven que ha confesado "un alma en el vacío", escribe en el álbum de la Musa:


En ti pensaba, en tus cabellos
Que el mundo de la sombra envidiaría.
Y puse un punto de mi vida en ellos
Y quise yo soñar que tú eras mía.

“Es bien explícito. Su naturaleza ardiente, su destino que siempre le lleva a buscar lo más difícil, sueñan con el amor de Rosario. Y ella sonríe halagada por la pasión fulminante del cubanito que le es muy simpático. El cual semanas más tarde le dedica por la prosa, al anotar en el mismo álbum: "Soy ex­cesivamente pobre, y rico en vigor y afán de amar".


“Rosario da esperanzas al proscripto; le seducen su historia, su carácter, su inteligencia, que tiene expresiones distintas de las que ella conoce. Y lo admite a conversar casi todas las noches de tertulia, con mucha predilección.


“Su amor lo vuelve muy elocuente y participa en una fogosa controversia que tiene lugar en el Liceo Hidalgo, sobre materialismo y espiritismo. El se­reno Martí, que no cuenta sino veintidós años, afirma: "Yo estoy entre el materialismo, que es la exageración de la materia, y el espiritismo, que es la exageración del espíritu". En el clima romántico, partidario de todas las exageraciones, aquella posición de equilibrio llama poderosamente la atención; la discuten; la admiten con reservas o la aplauden con fervor.


“Rosario está orgullosa de Martí; pero no le corresponde de la manera que él anhela. Uno de los adoradores de Rosario se burla de su amor. La fogosidad del muchacho no convence a la musa que por experiencia teme y huye de las exageraciones del sentimiento. Y hay muchos términos contradictorios en el joven que por un lado escribe: "Mía, Rosario. Mujer mía es más que mujer común"; y por otro confiesa "tan enamorado de la luz que toda la necesita para sus amores sin mancha y sin tinieblas".


“Martí pone en su amor el mismo acento de misticismo que llevará a sus convicciones políticas y a su vida de acción. No es un romántico galanteador de tertulia. Y tiene el carácter desconcertante y variable; ya se entrega a la melancolía, ya a la jovialidad.


“Escribe a Rosario: "Amar en mí -y vierto aquí toda la creencia de un espíritu- es cosa vigorosa ... que en cuanto en la tierra estrechísima se mueve no ha hallado en donde ponerse entera todavía... Angustia esto de sentirse vivísimo y repleto de ternuras, en esta atmósfera tibia, en esta pequeña inso­portable, en esta igualdad monótona, en esta vida medida, en este vacío de mis amores que sobre el cuerpo me pesa. Enfermedad de vivir: de esta, enfer­medad se murió Acuña. Rosario, despiérteme usted, porque vivir es cama, por eso vivo; porque vivir es sufrimiento, por eso vivo; por que yo he de ser más fuerte que todo obstáculo y que todo dolor. Esfuércese usted; vén­zame. Yo necesito encontrar en mi alma una explicación, un deseo, un motivo justo, una noble disculpa de mi vida. De cuantas vi, nadie más que usted podría. Y hace cuatro o seis días que tengo frío".


“Rosario no tiene valor para sostener aquella alma caudal; muy distinta de la de Acuña y que la arrastraría con su propia fuerza. Es un alma sedienta del altísimo ideal, que no puede ser alentada por la musa romántica.


“Ella la teme y la evita. Por eso Martí escribe un hermoso poema que se llama "Sin amores", y que lamenta:


"Oh, pobre ánima mía
Quemada al fuego de su propio día".”...




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Última Revisión: 25 de Septiembre del 2007
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