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Cerca de Guantánamo, 26 de abril de 1895. |
En el rancho de un campesino escribí mi primera carta, hace unos doce días, en que contaba nuestra llegada feliz, el desembarco de los seis en un bote, y yo, de remero en la lluvia obscura, y la hermandad y la alegría de los cubanos alzados que salieron a recibirnos.
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Ahora escribo en la zona misma de Guantánamo, en la seguridad y alegría del campamento de los trescientos hombres de Maceo y Garzón que salieron a recibirnos aquí. Y ¿quién cree que vino al escape de su caballo a abrazarme de los primeros, todavía oliendo al fuego de la pelea? Rafael Portuondo, que desde ayer no se aparta de mi. Por bravo y juicioso lo quieren y respetan, y yo por abnegado y previsor; díganlo a Ritica. Su amigo íntimo es el hijo de Urbano Sánchez. Por el momento veníamos muy seguidos ya por tropa española y contentos y a pie, con la custodia de cuatro tiradores y un negro magnífico, padre de su pueblo y hombre rico y puro, Luis González, que se nos unió con diez y siete parientes, y trae a su hijo; veníamos y estalló a pocos pasos el gran tiroteo de las dos horas: allí cruzaron por nuestras cabezas las primeras balas; momentos después rechazado el enemigo, caíamos en brazos de nuestra gente: allí caballos, júbilo, y seguimos la marcha admirable, a la luz de hachas del monte y árboles encendidos; la marcha de ocho horas a pie, después de dos de combate y de cuatro de camino, de la noche entera, sin descanso para comer de día ni de noche. Yo me acosté a las tres de la mañana, curando los heridos. A las cinco en pie, todos alegres; luego duermen, hablan en grupos, pasan cargados de viandas y reses, me traen mi caballo y mi montura nueva; ¿pelearemos hoy? Organizamos y seguimos rumbo; el alma es une: algunas armas cogidas el enemigo.
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Yo escribo en mi hamaca, a la luz de una vela de cera, sujeta junto e mis rodillas por una púa clavada en tierra. Mucho tengo que escribir... Sentía anoche piedad en mis manos, cuando ayudaba e curar a los heridos... Y no les he dicho que esta jornada valiente de ayer cerró una marcha a pie de trece días continuos, por las montañas agrias o ricas de Baracoa, la marcha de los seis hombres que se echaron sin guía, por la tierra ignorada y la noche, a encararse triunfantes contra España.
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Eramos treinta cuando abrazamos a José Maceo. Dejamos atrás orden y cariño. No sentíamos ni en el humor ni en el cuerpo le angustiosa fatiga, los pedregales a la cintura, los ríos a los muslos, el día sin comer, la noche en el capote por el hielo de le lluvia, los pies rotos. Nos sonreíamos y crecía le hermandad. Gómez me ha ido cuidando en los detalles más humildes por perenne delicadeza. He observado muy de cerca en él los dotes de prudencia, sufrimiento y magnanimidad. Nuestros Remingtons yan sin un solo tropiezo, rápidamente a su camino. Llama a silencio la corneta: mi trabajo no me permite silencio; en voz baja cuenta cerca de mí Rafael las fuerzas, grandes de veras, de la revolución en Oriente. Los hombres de le guerra vieja se asombran del atrevimiento franco de la gente y su ayuda en ésta... envío del cielo libre, un saludo de orgullo por nuestra patria, tan bella en sus hombres como en su naturaleza... No soy inútil ni me he hallado desconocido en nuestros montes; pero poco hace en el mundo quien no se siente amado.
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