Damisela Ana Otero por José Martí.

José Martí - Crónicas y Ensayos - Ana Otero por José Martí.

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Ana Otero
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José Martí, durante su estancia en Nueva York, le dedica las siguientes líneas a la artista puertorriqueña Ana Otero. Esta crónica fue publicada en el diario “Patria” en Nueva York el 20 de agosto de 1892.




Ana Otero


¿Y cómo Patria, que ama la sinceridad y la delicadeza, no orlará de rosas su mesa de trabajo, su mesa de ansia y muerte, para saludar, con un motivo de gratitud especial, a la que como artista y como mujer, que es otro modo de arte, es sobre todo sincera y delicada? No es a la discípula predilecta a quien en la sala triunfante de París saludaba conmovido Marmontel; no es a la pianista de gusto purísimo, igual en la bravura y en la ligereza a quien puso en el rango de los artistas grandes L'Evenement de París; no es a la intérprete de rara variedad, que asombró a Barcelona con la majestad de su Liszt, el color de su Saint Saens, y la plenitud y misterio de su Schuman; es a la borinqueña leal a la que saludamos, que de su música exquisita no saca soberbia con que desdeñar a sus compatriotas, ni industria seca y fea que le coma y desluzca lo más bello del arte, sino que lleva consigo al pueblo que la crió, y la puso en París, y le abrió generoso el camino del mundo; así que nunca la obedece tan tiernamente el piano como cuando, sin la pompa del salón ni el incentivo del provecho, pone en el piano. rodeada de los amigos de su pueblo, las puestas de sol, y las noches serenas, y las amorosas colinas, y los primeros sueños de Humacao. Su mano vaga a veces, como si se posase sobre una flor de azahar; y a veces, como si recordara lo que no puede olvidarse, castiga el piano indignada.


Ella recibió del padre amantísimo, con la música escrita, aquel romance y pasión, y aquella como tempestad de luna; común en las almas férvidas y tiernas, por donde la música, plata y rayo a la vez, estremece y ablanda las almas, y el cuerpo silencioso olvida sus confines.


Ella no pidió al arte difuso o aparatoso de países de arte menor el calce y pulimento de su escuela nativa, sino a la ciudad que entona y corrige el genio universal, y a cuya imperturbable elegancia se acomoda, por su innata moderación y finura, nuestro genio americano.


Ella no ha tomado de su profesión la comedía y los celos, ni aquel mercenario afán que consume a la música las alas; sino que con la sencillez se adorna bellamente, sin que el arte de que vive, como tanta alma escogida, haya helado, de puro oficio, la poesía que rebosa de un corazón ingenuo que pasa por el mundo envuelto en un velo blanco. Ella es fiel a la verdad, a la amistad y a la patria.


Y de ahí le viene, de su alma piadosa y sincera, el don de entender y expresar, como nazca la música de una real emoción o del deseo de transportar una pintura de la naturaleza, los más varios y reñidos compositores. Al pastor le adivina ella el amor apenado, y a la flor mustia, y a la mariposa; o penetra en la noche gigantesca, donde cabalga el músico alemán, mordido por sus amores. No le viene de indiferencia su variedad, sino de la condición, rara aún en músicos y poetas ilustres, de hallar la beldad, calce zueco o chapín, donde quiera que el hombre, risueño o tenebroso, ha sentido un golpe de luz en los ojos, o un golpe de sangre en el corazón. Y dicen que la mano generosa que escribió para Patria la danza heroica de su país; la danza que mueve al puertorriqueño, como un mandato de la conciencia, al combate y al honor, labra sobre las teclas encaje sutil, por entre cuyos hilos asoman chispazos de estrella, cabalgatas de héroes y vislumbres de aurora.


Ya publicaremos esa danza heroica, esa Borinqueña que conmueve al patriota puertorriqueño, así como la letra expresiva que levanta los corazones, y algunos datos del español noble que la escribiera sobre el pentagrama de las solemnes ocasiones, en el próximo número de Patria.





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Última Revisión: 1 de Septiembre del 2007
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