Damisela Fermín Valdés Domínguez por José Martí.

José Martí - Crónicas y Ensayos - Fermín Valdés Domínguez por José Martí.

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José Martí
Fermín Valdés Domínguez
Crónicas y Ensayos


José Martí honra el valor y patriotismo de su amigo desde la niñez Fermín Valdés Domínguez con dos ensayos. Estos ensayos tratan con el libro de Valdés Domínguez donde denuncia y describe el atroz crimen que tomó lugar en La Habana el 27 de Noviembre de 1871. El primer ensayo fue publicado en “La Lucha” el 9 de abril de 1887, el segundo en “El Economista Americano” en agosto de 1887.




Fermín Valdés Domínguez


Los grandes crímenes son útiles, porque demuestran hasta donde puede llegar la nobleza necesaria para perdonarlos. Hace diez y seis años arrancó un niño una rosa que florecía en nuestro cementerio, y, habituados a mirar la muerte sin temor, esperaban otros, paseando entre las tumbas, la hora de estudiarla.


Una cohorte de demagogos poderosos, no menos terribles que los que prosperan al amparo de las libertades, fingió creer, por acaudalar fama política, el rumor de que aquellos adolescentes, culpables sólo de la alegría que en la juventud infunden el espacio y la luz, habían puesto la mano en un histórico cadáver. ¡El hierro no se ha calentado todavía a fuego bastante intenso para marcar como fuera debido la frente del primer infame! Por la ola de sangre se vieron impelidos los mismos que para ganarse el favor de la opinión la levantaron: ¿quién sabe dónde va el odio una vez que se le desata? Se llenó nuestra Habana de turbas engañadas y coléricas: temblaron ante ellas los que hubieran podido desarmar la furia con mostrar a sus jefes el ataúd: todavía se estremecen de pavor los que recuerdan las cárceles cercadas, el palacio sitiado, los caballos de los pacificadores muertos a bayonetazos, los toques de corneta anunciando en el lúgubre silencio las gallardas cabezas que caían; hoy sólo quedan de aquel drama tremendo unas hebillas de plata, una corbata de seda envuelta a un hueso, y ocho cráneos despedazados por las balas.


Encoge la prudencia, sujeta la generosidad, contiene el respecto al remordimiento de los culpables y sus cómplices, la fuerza de himno con que saluda esos restos, recobrados con un valor heroico, el alma enamorada de sus mártires. ¡Oh, quién pudiera, en una fiesta pública, para atenuar el crimen con la reparación comparable a él, ver en silencio, desceñidas las armas y con las cabezas descubiertas, a aquellos mismos mal aconsejados que nos los arrebataron! Esa si es paz, la que se afirma en el arrepentimiento. Ese si es olvido, el que empieza en la confesión honrosa de la culpa. ¿A qué el miedo de escribir la verdad en un pueblo donde nadie lo tiene? Nuestra sangre no sabe de miedos, ni en padres ni en hijos. Con el valor sencillo y la palabra franca se cautiva y convence a los que las poseen. Sí: las rodillas dobladas de los que pecaron serían aquí la prueba verdadera del valor. Sí: la historia sería entonces clemente para los que la mancharon. Hasta entonces vagarán, sin consuelo, viendo allá en las alturas preñarse las nubes y aglomerarse la tempestad, aquellas ocho almas!


¿Qué hay en nuestra historia tan bello, desde que cesamos de morir, como ese joven que se acerca refrenando las lágrimas, al ataúd de donde surgió la muerte de sus ocho compañeros, para pedir a un hijo conmovido que no deje ir cargadas con el crimen las cenizas nunca ofendidas de su padre? ¿Qué manos temblaron como las suyas, cuando al abrir el ataúd, abría su propia gloria? ¿Qué trágico sepulturero bajó como él a la fosa donde consumió la tierra a sus amigos, y puso en ellos las manos, y lloró como no se vuelve a llorar, y con los ojos triunfantes miró al cielo, que enviaba sobre los cráneos destrozados su luz vengadora?


Fermín Valdés Domínguez, pródigo siempre de nobleza, llevaba en los ojos, desde que heló aquel horror su juventud, como la sombra de una culpa involuntaria: la culpa de no haber vindicado a sus amigos. El narró con desorden patético aquellas escenas que el mismo que pudo impedirlas, el General Crespo, declaró en un documento publicado en Madrid "sólo comparables a la época del terror de la República Francesa por su sangriento colorido."


El, tan bueno y tan justo sacudió en días difíciles su ira sobre los que el rumor público acusaba de instigadores de aquella extraordinaria maldad. El, con la sencillez de la grandeza, alzó la mano en nombre de Dios frente al cadáver que decían profanado por sus condiscípulos, y en un dramático momento, digno de que el pincel lo perpetúe, levantó las sombras de sus amigos inocentes entre el féretro intacto del padre y el primer beso apasionado de su hijo. El propaló la vindicación, congregó en su casa propia a tímidos y valientes, aceptó en cartas bellas el tributo de un hombre acusado sin justicia, y al fin, símbolo triste y hermoso de nuestra historia, bajó a buscar al seno de la tierra los restos de sus amigos muertos, con los brazos desnudos! ¡Glorioso joven! ¡Ya puede morir, puesto que no ha de prestar a su patria un servicio mayor!


Grande ha sido en Valdés Domínguez la lealtad a los muertos -¡qué tienen pocos amigos!;- grande su arrojo; grande la fuerza que su prueba añade a nuestros derechos olvidados. Pero la más grande en él, a semejanza de su pueblo, donde no encuentra raíz el odio, es ese acento inefable de perdón que embellece su digna tristeza. ¡Perdón es la palabra, y aquí se trata sólo de merecerlo! Ya quiere bálsamos esta tierra triste donde los vencedores cuentan tantas heridas como los vencidos: ya se siente en el aire el tácito acuerdo de los que aprendieron a odiarse en la opresión para estimarse después por sus virtudes comunes en la guerra: ya asoma acaso la hora de marchar juntos a la conquista de toda la justicia. Mueva sus lenguas como un flagelo el aire sobre esas catervas de viciosos que pudren nuestras ciudades, y nos convierten en un bazar inmundo; pero florezca por sobre estas llamas la indulgencia sincera que hermosea el combate, y debilita más a los enemigos que la amenaza estéril o la odiada lisonja.


¿Qué son ya, más que polvo y memoria, aquellos que en un sueño de sangre salieron sin culpa y sin miedo de la vida? Cuatro esqueletos estaban tendidos de Sur a Norte: cuatro esqueletos estaban tendidos de Norte a Sur; ¡pero los muertos son las raíces de los pueblos, y, abonada con ellos la tierra, el aire nos los devuelve y nutre de ellos: ellos encienden en el corazón cansado el fuego que se apaga; ellos vigilan, sentados en la sombra, a los que pierden la virtud en ocio cobarde o diversiones viles; en ellos, por decreto supremo de la naturaleza, se juntan los victimarios y las víctimas! Día radioso será para Fermín Valdés Domínguez, y digno de su carácter y su gloria, cuando al entregar a la patria el mausoleo de los muertos vindicados por su esfuerzo, alcance a ver, en el silencio religioso del gentío, a los mal aconsejados que nos los arrebataron, desceñidas las armas, y con las cabezas descubiertas!




El 27 de Noviembre de 1871,
Fermín Valdés Domínguez


Hace once años la plebe española de la Habana, instigada por un desvergonzado funcionario que obtuvo luego en España altos honores, cometió, con aprobación y ayuda del Gobierno, uno de esos crímenes fríos que de vez en cuando espantan al mundo. Ocho adolescentes, ocho estudiantes de medicina, acusados de haber puesto mano profanadora en el cadáver intacto de un ídolo de la turba, fueron después de dos días de orgía sanguinaria fusilados contra un muro, y sin nombre ni cruz, “cuatro hacia el Sur y cuatro hacia el Norte”, tendidos en una fosa vergonzante. Treinta y dos compañeros suyos, sentenciados a presidio, llevaron grillos, rompieron piedras en las calles, y recibieron castigo público, a donde iba como a fiesta, vestido con el uniforme que manchaba, en carruaje y de gira, con vinos y mancebas, el populacho victorioso.


Pero once años después, cuando el hijo de aquel cuyo cadáver se creyó profanado iba a sacarlo de su nicho para llevarlo a España, un joven, bello por su heroicidad, digno en aquel instante de que cayese el sol de lleno sobre él, se adelantó sobre el séquito mortuorio, y sin temor al gobierno de hierro ni a la ira de las turbas, sin atender a más voz que aquella de adentro que manda obrar como se debe, pidió al justo español, a Fernando Castañón, que declarase como el ataúd estaba intacto, y los ocho niños murieron inocentes. El vengador era Fermín Valdés Domínguez, uno de los presidiarios, y autor del libro donde se narra, sin afear con la venganza la indignación ni el patriotismo con el interés, el paseo de los estudiantes por el cementerio, la malignidad que quiso sacar culpa de él el asedio de la cárcel por la milicia de la Habana trocada en jauría hambrienta, el infame consejo de oficiales de ejército que contra la única voz honrada del defensor Capdevila condenó a muerte a ocho y los eligió por rifa, la vergüenza del Palacio de Gobierno, rendido a la plebe feroz; y la vindicación de los ocho asesinados, por el hijo mismo de aquel por quien murieron; el hallazgo de sus huesos, que con sus mismas manos, trabajando día y noche, sacó Valdés Domínguez de la tumba; la entereza decorosa con que ha allegado el pueblo cubano la suma que consagra al triste monumento.


El libro está escrito a sollozos, mas sin ira. No está repuesta aún del horror ¿ni cómo pudiera reponerse? la mano que lo describe. A cada paso, como quien lleva en los ojos lo que no ha de olvidar jamás, interrumpe la trágica narración para invocar con patéticos arranques, en el desorden del dolor verdaderos la perezosa justicia del mundo. Se lee el libro cerrando el puño, dudando de lo impreso, poniendo en pie el alma. Pero la caridad templa en los espíritus nobles la repugnancia que sólo en los villanos de naturaleza deja de inspirar el crimen; y la mesura de sus mismos arrebatos el calor con que agradece todo acto o palabra española de justicia, y la feliz ausencia del atavío vulgar del odio, ponen “El 27 de Noviembre de 1871”, escrito en la Habana, entre aquellas obras escasas donde, por sobre la forma inquieta con la justa pasión, se descubre legítima grandeza.




Cartas de José Martí a Fermín Valdés Domínguez



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Última Revisión: 1 de Septiembre del 2007
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