Gonzalo de Quesada es mi carta. Yo iba a ir, pero nuestra tierra no lo quiere. A toda prisa tengo que echar por otros rumbos. ¿A que va Gonzalo? A que retumbe en Cuba, después del esfuerzo que he ido salvando de una inicua entrega, la nueva declaración de nuestra fe; a que todos en Cuba, o fuera de ella, digan alto a Cuba cómo piensan hoy, y si están más juntos que ayer para servirla o no; a que, si así lo entiende el alma pública, y nace así de ella reparar de una brazada lo perdido, me ayude a arremeter de nuevo, en seguida; por tarde no se me espera. ¿Cejar yo ni aturdirme, cuando hay tanta desdicha que remediar, y tanta virtud? Caerá lo podrido, y perdurará y cuidará lo virtuoso. Somos bastantes. Gonzalo, más noble cada día; y limpio ya, a pesar de sus años jóvenes, de las tentaciones que a hombres de menos grandeza natural hubieran podido afearle el carácter, me ha dado siempre, y hoy más que nunca, en estos días de deber y de honor, pruebas de las más raras virtudes, modestia, lealtad, entusiasmo, desinterés, abnegación. Quiéralo sin miedo, y con las dos alas del corazón, como él lo quiere a Vd. Es un placer amar. Júntense, y que se oiga en Cuba.
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De mí, le dirá Gonzalo. No me dejen caer la mano. ¿Hasta cuándo, amigo? Del mar le mando una carta oficial. Hay la pena de que Clarita nunca me diese por fin una taza de café, y el orgullo de que hombre como Vd. me quiera tanto. Ahora Vd., a Gonzalo y a Cuba. Que se oiga bien en Cuba. Que nos vean la vida.
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