Damisela Cartas de José Martí a Ricardo Rodríguez Otero.

Cartas de José Martí a Ricardo Rodríguez Otero. Bandera de Cuba.

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José Martí
Ricardo Rodríguez Otero
Cartas de José Martí

Carta Abierta de José Martí a Ricardo Rodríguez Otero.




New York, 16 de Mayo de 1886.

Sr. Ricardo Rodríguez Otero.

Sagua la Grande.

Mi señor y amigo:


En el ameno libro que con el título de Impresiones y Recuerdos de mi viaje a los Estados de Nueva York, Nueva jersey y Pennsylvania publicó Vd. el año pasado, y llega hoy a mis manos, aparecen -seguidas de frases que leo con sincero agradecimiento- unas líneas donde se dice que en la visita que tuve el gusto de recibir de Vd. y de mutuos amigos, me oyó una manifestación que "resume ventajosamente cuantas le dice", y fue ésta: "cualquiera que sea mi pasado, yo acataré sin reserva alguna la solución que España dé a los problemas de Cuba, si llega a satisfacer a la mayoría de mis compatriotas". Siendo tales la inquietud y viveza con que al hablar de la patria en tierra ajena saltan las palabras del alma, ni Vd. ni yo, suponemos por supuesto que esas fueran las mías precisamente, sino que ellas encierran la impresión que dejó en Vd. mi manera de pensar. Y como las reflexiones que la anteceden en su libro son de carácter público, Vd. tiene la bondad de atribuirles la significación que les pudiera dar mi larga permanencia en el extranjero, no me tendrá Vd. a mal que le explique mi pensamiento con más claridad que la que me permitió una conversación para mí tan agradable como breve.


He de confesar a Vd. que en mis labios no sería sincera, ni en mi corazón, esa palabra de acatamiento a lo que España quisiese hacer de Cuba, aun cuando contentase a la mayoría de los cubanos, porque no estamos ya en condición de obedecer, sino con pleno derecho de exigir, y así como lo poco que lleva Cuba de obtenido después del Zanjón, se debe más al miedo a los revolucionarios que a la súplica de los pacíficos, así puede afirmarse que lo que se ha dejado de obtener se debe al académico recato y equivocada parsimonia con que se han tratado en las Cortes españolas los asuntos de Cuba, cuyos elementos van a su solución con celeridad mayor que aquella con que el problema sometido al Congreso puede ir naturalmente a sus resultados. Lo que sí acataré yo toda mi vida es la voluntad manifiesta de mi tierra, aun cuando sea contraria a la mía, no a la voluntad española. No sé yo cómo pueda resolverse por vías de España la situación de Cuba, cuando ésta sólo podrá calmarse y desaparecer quizás, con una invasión de justicia que no puede darle opinión de España, porque no se le ha procurado eficazmente, y en verdad no existe,-ni los políticos enervados y medrosos que subordinan a sus intereses pasajeros y tratan con su fatídica pereza, aquellos vitales asuntos nuestros que nos tienen al borde de la guerra, la necesidad creciente y el continuo ultraje. ¿Qué ha de hacer más que estallar aquella máquina a cuya fuerza de vapor no se acomoda suficiente número de válvulas? No estoy yo aquí, por cierto, ni nadie, ni está nadie, ni debiera estar, aunque estuviese el que tuviera por único empeño saciar sus ambiciones, o justificar sus augurios, o ahitar su venganza en una fiesta de sangre; sino para que tengan brazos en donde caer y vías por donde ir el día de la explosión de los cubanos desesperanzados. Azuzar es el oficio del demagogo y el del patriota es precaver. Precaver y desear con toda el alma que sus temores no se justifiquen, y que aunque no nazcan sobre su sepultura las flores de su patria, aunque no sea bastante a atraerlo a su suelo natal el desarrollo lento de libertades incompletas, lleguen éstas a ser tales que el bienestar asegurado por las que disfruten sea mayor que el trastorno que causaría la guerra empeñada para conquistar las que falten. Y esto y nada más quise decir a Vd. Quise decir a Vd. que creo la guerra tan abominable como posible, y que no hay vanagloria que me fuerce, por adquirir fama de austero o de emancipador, a contribuir a llevar a mi patria antes de que ella dé muestras patentes de desearla, la guerra que en todo instante puede llevársele, pero no debe ir hasta que los elementos que tienen que combatir no hayan en gran parte venido a tierra por sí mismos, o en el silencio del corazón se vayan poniendo a su lado. ¿A qué verter sangre preciosa para ganar las batallas preliminares que se van ganando sin ellas? Pero esto no quiere decir que falte brío al brazo, ni fuerza al juicio, para obedecer a su hora a la patria, cuando su voluntad definitiva sea clara, o tan grande su angustia que le quite la capacidad de remediarla.


No quiero tomar pretexto de esta carta para entrar como de soslayo en el examen de lo que se llama política en Cuba, como si política fuera cerrar los ojos ante los elementos vivos y las soluciones probables-ante los elementos más vivos y las soluciones más probables,-y no lo que verdaderamente es, y consiste en tener conocidos los caminos por donde se pudiera haber ido, y allegar, en vez de apartar, las fuerzas necesarias para la jornada; como si política fuera dejar correr el agua como Narciso, enamorado de su propia imagen, y no tratar de frente y estudiar a tiempo los problemas todos y los componentes todos que influyen en la suerte del país con su silencio o con su acción, y pueden serle tan útiles si se les atiende, como funestos si se les aparta. No quiero preguntarme aquí si, ya que en lo real hay que pedir a España las franquicias a que por la cultura que hemos obtenido a pesar de ella tenemos derecho superior y propio, lo que se pide es lo que se debe pedir, y como se debe con arreglo a la urgencia del problema cubano y la naturaleza de la gente española, más cordial que culta, y más capaz del arrebato que del desenvolvimiento; o si sería mejor, sacando de las entrañas los últimos gritos que la paciencia de un pueblo exasperado puede inspirar a los corazones repletos de su amor, presentar en demanda definitiva nuestros títulos, no a éste sistema político o a aquél, sino a la desaparición inmediata de las causas reales del mal público, y de sus representantes más ofensivos y oprobiosos: y esto como voz unánime y con toda la fuerza del país, para que no se alzaran con el crédito de la obra indispensable aquellos aventureros del patriotismo que en nuestra tierra, como en las demás pudieran surgir, y medran con exagerarlo en las horas propicias, o con asirse diestramente, con la energía de la ambición, de las oportunidades que un pueblo descontento ofrece a los agitadores avisados para aprovechar en su favor las fuerzas que dejan ir de sus manos los políticos incautos o medrosos. Pero lo que sí quiero decir a Vd., mi señor Rodríguez, es que no tome este desconsuelo justo con que veo yo la actual demanda de los cubanos en España como demostración de odio pueril a todo español, y nimio gusto en denigrar o satirizar sus cosas y hombres; sino por convicción racional, en el estudio de Cuba y España adquirida, de que esta no puede dar, sino por imprevisto milagro político, lo que necesita aquélla, en el tiempo en que Cuba lo necesita; y por la honrada certidumbre de que la verdadera población política de Cuba, la que hoy aguarda impaciente y mañana pudiera desbordarse desordenada, no choca sólo con España por las prevenciones de ésta, y lo encontrado del interés de la isla con el de los logreros que prosperan en ella al favor del Gobierno español, sino por ser de raíz más adelantados en la ciencia política y en la capacidad de practicarla los cubanos que los españoles, por lo que éstos no se avendrían fácilmente a reconocer que lo que para ellos no es más que a medias necesario, sea indispensable y vital a sus colonos. En lo único en que Es paña nos muestra su superioridad es en su aptitud para dominarnos; aunque ésta no depende tanto de que nos sea de veras superior, cuanto de aquella ley natural que ordena el reposo como descanso de la fatiga y preparación para ella. Y en otra cosa está su superioridad patente, y es en la habilidad con que, distrayéndose de nuestro verdadero interés con libertades nominales, fomenta con éxito visible la debilidad y desunión que vienen, más que de lo flaco de nuestro humano natural, del exceso de nuestras vanidades y soberbias; -y se aprovecha de nuestras preocupaciones de antiguo señor, para divorciarnos de los que por haber padecido en esclavitud como nosotros, debieran y pudieran ser siempre nuestros aliados naturales; -y apoya con mano criminal las tentativas de patriotas ciegos que lleven a Cuba, sin bastante respeto para conducirla al triunfo, trastornos suficientes para ahogar las libertades que asoman y la generación en flor; -y permite al vicio toda la soltura que niega al derecho y corrompiéndonos con la delación, la miseria y el trato íntimo con una población de empleados jugadores y criminales consentidos, de modo que ya no es posible pensar en las ciudades que debieran ser nuestro orgullo, sin que nos vele el rostro la vergüenza; -y en su Parlamento y en nuestro suelo propio nos hace contraer los vicios de la política, como medio eficaz de que jamás recobremos la virilidad necesaria para ejercitar de nuevo sus virtudes. ¡En eso sí que nos está venciendo España! Pero ni hemos de permitir que nos vicie así esa madre filicida la sangre que nos dio, ni de alimentar rencores sordos en tre los que fatalmente han de vivir en nuestro suelo, y nos dieron el ser, o se sientan en nuestra mesa al lado de nuestras hermanas. Porque ha de tenerse en cuenta, como elemento político indispensable de todo cálculo presente o futuro, que el español ha echado en Cuba raíces más hondas que en ninguna otra posesión de España; y que en país alguno de Hispano América en la época de la guerra de independencia estuvo tan ligado al corazón mismo del país, ni había adelantado tanto en aquella conquista que no hay modo de reivindicar: la conquista de la familia. Lo cual no es un mal, si se mira por donde se debe y se atiende a los tiempos; sino una fuerza, -y una esperanza. Pero ¿que podría yo esperar de los españoles de España, ni aun de los más adelantados y fervientes, cuando aparte de lo que sé de cada uno, y de todos en conjunto, recuerdo lo que él mismo que reconocía la verdad del cuadro, me dijo, después de una conversación no infecunda sobre Cuba, uno de aquellos demócratas eminentes a quienes en Cuba se tiene hoy por más amigables y propicios: "Sí, sí, todo es verdad. Es verdad lo que Vd. dice, que el caso se irá enconando con los años. Es verdad: allí no cabemos los dos juntos: los unos o los otros". Hace ocho años sucedió esto; el caso se ha ido enconando con los años.


De un punto sí recuerdo que tratamos más a la larga en nuestra conversación, porque me tenía en aquellos días entre indignado y piadoso, siendo la indignación para con los entendidos, y la piedad para con los ignorantes, y fue de los rumores que por entonces corrían en Cuba sobre la anexión de nuestra patria a los Estados Unidos. Sólo el que desconozca nuestro país, o este, o las leyes de formación y agrupación de los pueblos, puede pensar honradamente en solución semejante: o el que ame a los Estados Unidos más que a Cuba. Pero quien ha vivido en ellos, ensalzando sus glorias legítimas, estudiando sus caracteres típicos, entrando en las raíces de sus problemas, viendo cómo subordinan a la hacienda la política, confirmando con el estudio de sus antecedentes y estado natural sus tendencias reales, involuntarias o confesas, quien ve que jamás, salvo en lo recóndito de algunas almas generosas, fue Cuba para los Estados Unidos más que posesión apetecible, sin más inconveniente que sus pobladores, que tienen por gente levantisca, floja y desdeñable; quien lee sin vendas lo que en los Estados Unidos se piensa y escribe desde la odiosa carta de instrucciones de Henry Clay en 1828, cuando los Estados Unidos "estaban satisfechos con la condi ción de Cuba, y por el interés de ellos no deseaban cambio alguno", hasta lo que de sí propio dicen en su conversación y en su poesía, hasta el "Somos los romanos de este continente", de Holmes: "Somos los romanos, y llegarán a ser ocupación constante nuestra la guerra y la conquista"; quien sabe de cerca que aquellas agitaciones periódicas de la prensa que pudieran sernos favorables, y en lo aparente lo son, responden lo mismo que los alardes patrióticos en España, al interés pasajero de los partidos políticos, que se sirven acá de la isla, o de la probabilidad de comprarla, o de entrar en guerra por ella, como medio de impedir que triunfe en el Congreso el proyecto de rebaja de los aranceles, so capa de necesitar acaso en fecha no remota, fondos de sobra en el Erario público; quien ama a su patria con aquel cariño que sólo tiene comparación, por lo que sujetan cuando prenden y por lo que desgarran cuando se arrancan, a las raíces de los árboles, ése no piensa con complacencia, sino con duelo mortal, en que la anexión pudiera llegar a realizarse; y en que tal vez sea nuestra suerte que un vecino hábil nos deje desangrar a sus umbrales, para poner al cabo, sobre lo que quede de abono para la tierra, sus manos hostiles, sus manos egoístas e irrespetuosas.


Y sólo me falta rogarle ahora que no se enoje Vd. conmigo porque no acepte como precisamente mías las palabras "cualquiera que sea mi pasado". En eso sí que su memoria, tan cariñosa conmigo, le fue infiel, porque a mí no me ocurre nunca pensar en mí mismo en las cosas de mi patria, a no ser para cuidar desde aquí por su bien en la medida de mis fuerzas; y juzgo que nadie tiene derecho a autoridad exclusiva, o al reparto mental de los triunfos públicos, o a esperanzas impuras en una victoria tan amarga y dudosa, sino que los servicios pasados apenas son más que la obligación de prestarlos mayores en lo venidero, y que a. la patria no se la ha de servir por el beneficio que se pueda sacar de ella, sea de gloria o de cualquier otro interés, sino por el placer desinteresado de serle útil.


Digo esto porque las evocaciones del pasado son precisamente, tanto en lo militar como en lo político, uno de los peligros más grandes de la política viva en Cuba. Ni hay hombres más dignos de respeto que los que no se avergüenzan de haber defendido la patria con honor: ni sujetos más despreciables que los que se valen de las convulsiones públicas para servir, como coquetas, su fama personal o adelantar, como jugadores, su interés privado.


La patria necesita sacrificios. Es ara y no pedestal. Se la sirve, pero no se la toma para servirse de ella.


Así vive, y así ha de morir, en lo humilde de su existencia, quien no tiene, mi señor y amigo, empleo más grato que ser útil a Vd. y repetirse su amigo y servidor


José Martí




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Última Revisión: 25 de Septiembre del 2007
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