. . . .Mi templo está allá lejos, tras de la selva huraña. |
Allá salvaje y triste mi altar es la montaña, |
Mi cúpula los cielos, mi cáliz el de un lirio; |
Allá, cuando en las tardes lentas, la mano extraña |
Del crepúsculo enciende en cada estrella un cirio, |
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. . . .Por entre los fantasmas y las calmas del monte, |
Va mi musa errabunda, abriendo un horizonte |
En cada ademán... Hija del Orgullo y la Sombra, |
Con los ojos más fieros e intrincados que el monte, |
Pasa, y el alma grave de la selva se asombra. |
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. . . .Y allá en las tardes tristes, al pie de la montaña, |
Serena, blanca, muda, con esplendores de astro, |
Erige la plegaria su torre de alabastro... |
Y es la oración más honda para mi musa extraña, |
Tal vez porque hay en ella la voz de la montaña |
Y el homenaje mudo de la natura grave... |
Es la oración del alma, flor grandiosa y huraña |
De los grandes desiertos. En los templos no cabe. |