Ana... yo saboreo tu nombre como un sorbo de miel
celeste... Ana, yo vi una vez, abiertas a la vida, sobre
la torre blanca de tu cuerpo, las mágicas lumbreras de
tus ojos. Tu alma me fascinó en tu mirada como una
remota hermana nunca vista, reconocida milagrosa-
mente en un encuentro mudo por un camino misterio-
so... Una suprema hermana de mi alma, cuando mi
alma es buena y se viste de alas y se toca de astros.
Al pasar, tu mirada me atrajo como una selva pro-
funda con un palacio encantado. Tu espíritu santo me
penetró como una esencia fuerte.
Ana, cuando eras un bello ídolo vivo, yo hubiera lle-
vado lirios a tu frente, rosas a tu pecho, besos a tus
manos. Pero el orgullo encadena de oro algunas vidas,
a los cuatro muros grises de la soledad... -El or-
gullo es mi pecado olímpico. - Mi ofrenda fué de
lágrimas la primera noche en que tú, suma, blanca,
suave flor de hogar, divinamente celada en un vaso
de amor y dulzura, dormiste sola, sola, sola en el ce-
menterio oscuro...
Hoy, frente a la imagen inefable en que tu gracia
muerta fulge como un diamante negro, me atormenta
el ansia incontenible de llorar o de cantar tu vida. Y
hoy te hablo, Ana, por si acaso me oyes desde algún
país lejano en donde no se dude... Tú sabías que cada
palabra sincera es una perla del corazón... Tal vez
me sonrías, Ana. |
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