Luisa Pérez de Zambrana
por Enrique José Varona


LA MAS INSIGNE ELEGIACA DE NUESTRA LIRICA

(Conferencia pronunciada en la velada-homenaje
a Luisa Pérez de Zambrana en el Ateneo
de la Habana el 22 de marzo de 1918.)

Señor Presidente;
Señoras y señores:

NO creáis que es un sentimiento de vana suficiencia lo que me trae a este lugar; el tiempo no pasa en vano, y ya las fuerzas con que en un tiempo pude contar y me auxiliaron en estos empeños me van abandonando. Por otra parte, ha caído sobre el mundo y sobre mi espíritu la pesadumbre de tan magnos y tan lamentables sucesos, que es muy de disculpar si no me siento ya con la disposición y entusiasmo con que en cualquier otro tiempo hubiera acometido esta tarea. Pero se trata en estos momentos de que el pueblo cubano pague una deuda de gratitud y amor a una ilustre olvidada: para eso estamos aquí. Yo sé que cuento con vuestro concurso, con el concurso de vuestro afecto a aquella mujer insigne, que, aunque distante en la realidad presente, está aquí con su genio; y confiado en esta vuestra benévola disposición, más que en la actual de mi ánimo, me voy a atrever a dirigiros la palabra.

¡Cuán grande se me presenta la noble poetisa de quien voy a hablaros brevemente y cómo me arranca su recuerdo de este momento para trasladarme a la época feliz de mi niñez, en que cursando todavía los estudios preparatorios para la segunda enseñanza cayeron en mis manos sus primeros versos! ¡Aun me parece que veo el lugar: un vetusto edificio, en la próxima ciudad de Regla, ocupaba entonces el Colegio; nuestros dormitorios daban al mar, y a su orilla! ¡cuántas veces sentí caer sobre mi alma, como una lluvia sutil y penetrante, la música inefable de aquellas estrofas!

No era entonces, no podía serlo, el período de la crítica; era algo que vale mucho más, infinitamente mucho más: el período del sentimiento, que nace, que se despierta al asomarse el alma a las puertas del mundo, y al que le parece entrever por entre aquellas líneas dulcísimas un mundo nuevo, más bello, mucho más bello que el que nos rodea. ¡Ah! infinitamente más bello que el que he tenido ocasión de contemplar después de esta iniciación de la vida del espíritu, realizada por las manos blandas, hermosas, de un hada suavísima. ¿Cómo habría de borrarse nunca en mi memoria? ¿Cómo puede jamás llegar hasta mí aquel nombre, que yo auroleaba en mi niñez y en mi primera juventud con tan espléndida corona, sin que se despierten todas las emociones que hacen en este instante deplore venir tan tarde ya a hablar de quien necesitaría para ser bien descrita el fervor y la luz que ya faltan en mi mente? No pretenderé, pues, revivir aquellos tiernos, fervorosos recuerdos; pero sí he de procurar, más en consonancia con lo que demanda la dirección que ha tomado después mi espíritu, fijar, si me es posible, el valor permanente de la obra de la poetisa en nuestras letras; y lo que realmente significa y lo que realmente vale Luisa Pérez de Zambrana en el coro luminoso de nuestras mujeres poetas.

Hace un momento, dejando correr mis palabras, he calificado sus versos de dulcísimos. Y, en efecto, jamás la poesía castellana ha encontrado notas más suaves, más dulces, más tiernas para trasladar los efectos de un alma férvida. En su juventud primera la rodeó el espectáculo inspirador de nuestra bella naturaleza, donde se presenta más pujante, más hermosa: en la espléndida región oriental. Espléndida, porque allí parece que la mano de la naturaleza ha querido congregar todas sus galas, diversificando al mismo tiempo tanto el paisaje que no sabe uno qué admirar más, si lo risueño de aquellos valles o lo alteroso de aquellas enhiestas cumbres. Y así la joven poetisa podía, empapándose en los efluvios de esa gran naturaleza, ser a la par tan plástica en sus descripciones como profundamente patética en sus sentimientos. Parecía que ya desde entonces la marcaba la suerte para el papel que más tarde había de desempeñar como escritora en nuestras letras. Son muchas las artistas de Cuba que se han inspirado ante la perenne juventud de nuestra isla risueña; bien cerca de ella, ¿quién no lo recuerda?, aquella insigne poetisa, su hermana, en cierto modo su hija espiritual, Julia, que tampoco encontrará muchos rivales en la descripción y en el amor del campo cubano; pero hay algo que, sin embargo, distingue y distinguirá siempre a Luisa en esa misma expresión de poesía, que no podemos llamar descriptiva, porque la descripción es allí sólo un detalle pasajero, porque lo que se halla en el fondo es la impresión profunda producida en su alma por aquella grandiosa contemplación, y en esto está el toque del verdadero poeta en su contacto con la naturaleza. Lo externo, bello o sublime, no domina al poeta, lo estimula, lo excita, y el espíritu de éste, con todo lo que tiene de propio y privativo, se posesiona de esa belleza o excelsitud, y la señorea. Y como decía hace un instante, ya desde entonces se descubre un matiz de melancolía que sombrea sus cuadros apacibles; cual si desde sus primeras efusiones pugnara por revelarse el grande y excelso don que ha de constituir el mayor timbre de su gloria literaria; aunque haya sido en la realidad de la vida el mayor torcedor de su alma.

La gran poetisa, pródiga desde temprano de tantos y tan bellos sentimientos, había de llegar a ser la más insigne elegíaca con que cuenta la poesía cubana. Jamás habrá exhalado ningún labio de poeta en nuestra tierra acentos más desgarradores y al mismo tiempo de más levantada y sublime inspiración. Los que conocen la vida extraordinariamente patética de Luisa Pérez no han de sorprenderse ciertamente si digo que en su caso se aúnan la sensación íntima y desgarradora del mal de la existencia y su expresión patética en el lenguaje rítmico. Y esto nos demuestra que no hay en toda su obra un solo momento en que la ficción, el convencionalismo literario, domine su inspiración. Cuando joven aun nos describe las bellezas del lugar en que había nacido y los blandos sentimientos que le inspiraban, todo en ella era espontáneo. Su arte precisamente estribaba en esa grande espontaneidad; y cuando muchos años después la hiere implacablemente el dolor, los gemidos en que prorrumpe aquel corazón desgarrado constituyen la más bella expresión de la poesía, y son en realidad de verdad los más profundos quejidos arrancados a un alma sensible.

Porque yo quisiera que en la poesía elegíaca del mundo se me presentaran muchas páginas comparables a esas a que me estoy refiriendo y que habréis de oír dentro de poco de labios que sabrán comunicarle todo su profundo dolor y su desgarradora poesía.

Mas ya que hablaba de esta nota característica de la gran poetisa cubana, nos importa preguntarnos si hemos de dar todo su valor a mis apreciaciones, ¿cuál es su papel en nuestra literatura? ¿cuál es el lugar que le corresponde? Y por arriesgada que sea esta pregunta, voy a atreverme a contestarla: porque Cuba, si de algo puede sentirse orgullosa, es del extraordinario papel que representan en sus letras y sobre todo en su poesía nuestras mujeres escritoras. Podemos decirlo sin vanagloria; porque la pobre colonia del mar Caribe fue la patria de la más excelsa poetisa que ha vertido sus rimas en lengua castellana; tan grande, que será difícil encontrar en el campo vastísimo de la Literatura quien la supere; y coetánea suya y egregia como ella, aunque en distinto campo de la poesía, se ostenta aquélla que nos reúne aquí piadosamente esta noche. Contemporánea fue Luisa Pérez de Gertrudis Gómez de Avellaneda; y al lado de figura tan prominente, de mente tan luminosa, no desmerece, no, la poetisa que de los campos retirados de Oriente venía al concierto de los literatos de la Habana a dar su nota personal con tanto brillo y con ritmo tan característico. Y no fue una excepción en el coro de las musas cubanas de su tiempo, ya he mencionado de paso a su hermana Julia; pero oriental también insigne en las letras poéticas fue Ursula Céspedes de Escanaverino, cuyo nombre, aunque olvidado quizás para los más de nuestra generación, brilló con singular fulgor en su época, a la que hechizó con sus efusiones de virgen y sus tiernos cantos de madre.

Sería alejarme mucho del objeto de este breve discurso el que me detuviese a indicar lo que había de característico en la poesía de tan notable escritora.

No son éstas ciertamente las únicas de aquel período; más todas presentan un matiz del talento femenino, muy en conformidad con el tiempo y con el lugar en que se revelaron al aplauso de sus contemporáneos.

Nuestra historia está cortada como de un tajo por nuestra primera guerra de Independencia, y no es posible confundir las manifestaciones literarias de Cuba antes y después de este magno suceso. Claro está, la generación poética que se levanta, después viene con otros caracteres, ha oído el tremendo estallido de una sociedad que va a desplomarse para dejar surgir de sus ruinas otra nueva. Las poetisas que habían vivido en el período anterior y sobrevivieron a esas grandes conmociones, modificaron, aun sin darse cuenta de ello, su modo personal de producirse, y la generación que después se levantó presenta caracteres del todo diversos con respecto a aquélla.

No me sería posible, deberes fáciles de comprender me lo vedan, que yo nombrase algunas aun de las más eminentes, puesto que todavía por suerte para nosotros están vivas; mas, por desgracia para la patria, algunas de esta pléyade han desaparecido, y es propio de este momento el recordarlas, siquiera de pasada, porque así quedará más de relieve el cambio que insensiblemente iba a producirse en la gran artista a quien estamos esta noche tributando merecido homenaje.

De esas ilustres desaparecidas invoco, porque es la primera que ante mí se presenta, la sombra melancólica y doliente de Mercedes Matamoros, a quien sólo faltó el tiempo para colocarse a la mayor altura entre nuestras más insignes poetisas; y cuando digo nuestras, no me refiero sólo a la abundante literatura cubana, me refiero a toda la literatura de Hispanoamérica. Pues haced esta prueba: abrid un volumen de cualquiera de las grandes poetisas anteriores y después abrid el de Mercedes Matamoros. ¿Creeréis que los separa sólo un breve período de tiempo, como en realidad es? No, parecen dos mundos literarios diversos, es decir, dos mundos de sentimientos y aspiraciones. ¡Qué amplia la extensión de vida que a los ojos de la Matamoros se presenta! ¡Qué modo de concebir los grandes problemas sociales de su patria! ¡Qué riqueza en la dicción! ¡Qué excelsitud en la forma!

No podré nombrarlas todas. ¨Pero cómo olvidar aquella tiernísima, encantadora explosión de poesía que palpita en los labios de Nieves Xenes? Tierna como cualquiera de las otras, ¡pero con qué nueva expresión! Lo que pudiéramos llamar la poesía oratoria del primer período ha desaparecido; ésta que nos encanta es la breve expresión del alma enamorada ante las mil sensaciones frescas del vivir juvenil. Ese es el cristalino raudal que nos trae Nieves Xenes a la amplia corriente caudalosa de nuestra poesía. Y entre tanto ¿pensáis que la gran poetisa a quien especialmente me refiero esta noche permanece idéntica a su antigua manera? ¿No habrá en su lira de oro sino una cuerda? Si nos fijamos sólo en la forma de sus versos, pudiéramos creerlo; ¿pero acaso no sabéis todos vosotros que la forma es sólo una parte, a veces la más frágil, en una composición poética, en una manifestación artística cualquiera?

Leed los versos de Luisa Pérez después del torbellino de la década sangrienta. Veréis que entonces todo ha cambiado en el horizonte mental de la poetisa y surge del seno de su alma herida un torrente tan copioso y abundante de poesía que él solo basta para hacer en todo tiempo inmortal su memoria. Es verdad que la suerte se había mostrado con ella tan implacable que pocas vidas humanas podrían entrar en triste parangón con la suya. No os voy a referir los detalles, no quiero levantar el velo con que su dolor augusto los cubre; ¿pero quién los ignora? ¿Quién no sabe que no hubo ningún grande afecto que en aquel noble corazón no fuera desgarrado? ¿Quién no sabe que aquella Niobe cubana vio caer uno a uno, como fulminados por un brazo vengativo, los pedazos de su alma y de su corazón? ¿Quién ignora que le tocó en suerte el más duro de los lotes humanos: el de sobrevivir de todos sus hijos, viéndolos desaparecer en la flor de su juventud, cuando más lleno de esperanza parecía abrirse al mundo su espíritu? Y es tan rico el don poético de esa alma conturbada, que del seno mismo de esa desesperación sin horizonte brotan nuevos cantos que harán para siempre eterna la memoria de aquel dolor estupendo.

¡Ah! cuando se ha podido así sufrir todo el rigor de la vida sin que enmudezca el labio y sin que se agote la fuente interna de la inspiración muy de lo hondo ha tenido ésta que brotar, y las fibras de su poesía han tenido que estar muy reciamente entretejidas con las fibras de su alma. Y para consuelo de tantos doloridos como hay en el mundo, la voz de esta excelsa adolorida se alza para derramar con sus lamentos bálsamos de consuelo a todas las angustias. Por eso, ante todo, su patria no debe nunca olvidarla, sino pensar que quien ha tenido corazón tan humano y que tan humanamente ha sido maltratado, puesto que es lote de la Humanidad el Dolor, bien merece que se le levante una estatua ideal en nuestros corazones; haciendo que ella simbolice, en su inconsolable dolor maternal, los dolores todos de esta nuestra gran madre, también hondamente conturbada, de nuestra madre Cuba.





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Última Revisión: 1 de Enero del 2004

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